Capítulo LXXIV

Pretender que el hecho no sucedió, en medio de esta maraña de recuerdos personales y país a punto de volar por los aires sin remedio, es prácticamente imposible. Es más, hice lo necesario para que sucediera. El punto es que no fue pensado de antemano; fue un hecho involuntario, propio de las más altas o más bajas pasiones, según se interprete. Sólo estaba pensando al mismo tiempo en mis muertos queridos y en los titulares de la próxima tapa de DEPORTIVO GANAR –con el fútbol suspendido en el medio por los graves acontecimientos que vive el país y apenas días después Racing saliendo campeón después de 35 años-; pensaba, por ejemplo, en la inútil muerte de mi viejo; pensaba que no era necesario cruzarse delante de un auto a tan temprana edad, soltando de repente la mano de su mujer de toda la vida, la mano derecha de mi vieja, y también en que al DT de Racing, Reynaldo Merlo, deberían construirle una estatua por la titánica proeza; pensaba en la ironía que siempre ejerció mi viejo, incluso hasta el momento mismo de su muerte: siempre será recordado cada 17 de octubre, justamente él, un antiperonista como pocos; pensaba, también, en la muerte de mi hermano Sergio, sorprendido jugando a los tres años, y en que la tapa del DEPORTIVO debería llevar una alusión directa a los treinta asesinados por el desgobierno de De la Rúa; y recordaba a mi amigo Fito, el Fito Manchinu, la sangre intoxicada por la explosión de un aerosol mientras pintaba el frente de mi auto y yo andaba de viaje por Brasil.
En estas y otras muertes pensaba y en el desastre nacional, de eso sí me acuerdo; ahora, por qué el monitor de una de las computadoras salió volando a través del ventanal de mi estudio, eso sí no puedo explicarlo.