CAPITULO XLI


El origen de las cosas es así: Rhinus Baumgarten y su séquito vinieron a buscarme luego de mi exitoso y escandaloso paso por México y Venezuela. O el punto es que quizás Baumgarten siempre quiso ser bueno, y necesitaba un complemento que le licuara éticamente la conversión de las fabulosas ganancias heredadas del tráfico de armas de su familia ante la imposibilidad cierta, definitiva, de ser uno de los buenos.
Traducir dinero sucio en periodismo limpio es tarea poco menos que imposible. Pero Rhinus Baumgarten, hijo del gran don Erland Baumgarten que donde ponía el ojo ponía la bala y que quizás también siempre quiso ser uno de los buenos, vino a buscarme con su séquito gracias a mi subversivo intervencionismo en el periodismo del continente. Y yo alquilé mi alma en aras de un proyecto, pero con una cláusula de vencimiento: hacemos el diario y el diario deportivo y las revistas semanal y mensual, pero el diario se llama “un día menos” y a los diez años de editarse su primer número se acaba sin dar explicaciones. Y a Baumgarten, un verdadero pragmático, sólo le llevó treinta horas entregar el sí. Si hasta en los whiskies que tomamos en casa para cerrar el asunto se notaba que era de lo mejor que podía haberle pasado en la vida, además de la inversión anual de miles de dólares en la ingesta de habanos, porque el mito, en el insólito caso baumgartiano, concuerda a la perfección con la realidad: pareciera que Baumgarten se los come.