CAPITULO XLIII


La vida en Buenos Aires sigue igual. Digamos que treinta muertos más o treinta muertos menos no le cambian la vida a ningún país. Menos a éste. O quizás sí, para peor.
Se me ocurre pensar que el número 30, o el 30.000, o tal vez solo el 3; no sé. A decir verdad, últimamente se me ocurre pensar poco. Es que el hecho de pensar es voluntario; uno no piensa como respira, sin casi darse cuenta. Ultimamente.
Así que a partir de ahora decido ser un tipo mucho más limpio: no volveré a escupir las calles nuevamente; no tiraré más papelitos si no es en los porta residuos instalados en toda la ciudad para tal fin; no tocaré más la bocina del auto en las bocacalles de manera desmedida porque ya nos enseñaron una vez que el silencio es salud, y a don Manuel, el portero del edificio, le exigiré que comience a respetar los horarios para sacar las basuras del consorcio. A partir de ahora, pondré orden estricto y despejaré de papeles al pedo mis tres escritorios y la biblioteca, la hemeroteca y la discoteca, y tendré un ritmo de lavado dental de tres veces al día en vez de la práctica religiosa antes de desayunar y después de cenar que vengo implementando hace años, religiosa porque recito in mente cuantas veces me sea posible el padre nuestro y el ave maría durante los tres minutos exactos que dura cada lavado (termina resultando realmente extraño lo del tres… Sólo espero seguir manteniendo la misma cantidad de piezas dentales que hasta ahora).
Considero que retomar la vida desde ahí es un buen síntoma; siempre después de la muerte de un ser querido, sus deudos acometen con cierto tipo de limpieza.



Nota: la imagen que ilustra esta presentación fue extractada del
diario Página/12.