Cap. XLV
No es que me emperre en hablar de la muerte; es sólo que la muerte se emperra en estar con nosotros, en hablarnos, en corromper las almas de manera políticamente correcta.
La muerte es uno de los panes nuestros de cada día; la muerte, por sí sola, es simplemente eso: la muerte. Pero no quiero escribir de cuando la muerte es transformada en política de estado. Al menos no ahora.
No es que me emperre en hablar de la muerte, decía, porque ayer se cumplieron treinta años de la muerte de mi hermano; es sólo que la muerte se emperra en estar con nosotros, y no lo veo mal que así sea.
Mi hermano tenía una vida por delante, y una muerte también. Simplemente la muerte se adelantó hasta sus tres años.
Así que no es que me emperre en hablar de la muerte, decía, aunque parezca que sí.
La muerte es uno de los panes nuestros de cada día; la muerte, por sí sola, es simplemente eso: la muerte. Pero no quiero escribir de cuando la muerte es transformada en política de estado. Al menos no ahora.
No es que me emperre en hablar de la muerte, decía, porque ayer se cumplieron treinta años de la muerte de mi hermano; es sólo que la muerte se emperra en estar con nosotros, y no lo veo mal que así sea.
Mi hermano tenía una vida por delante, y una muerte también. Simplemente la muerte se adelantó hasta sus tres años.
Así que no es que me emperre en hablar de la muerte, decía, aunque parezca que sí.
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