CAPITULO XXVIII

Sigue atardeciendo sin parar, y se nos viene la noche. La noche, ese espacio de la vida en el que nos parece que la muerte hace de las suyas, y en verdad sabemos que no hay horario para la muerte.

Sigue atardeciendo sin parar en el balcón de mi casa. Ya no entiendo qué le pasa al país desde el balcón de mi casa, y no creo que yéndome a otro lugar de la casa pueda llegar a entender algo. En realidad no quiero salir más de mi casa para entender al país.
Sigue atardeciendo en el país de la muerte y la gran calma se avecina, ese tiempo necesario para reponer las fuerzas gastadas en matar y destruir. La gran calma.

Miro fotos en internet, fotos de la muerte de estos días, la muerte abunda en los diarios del país; suena el teléfono; recuerdo el consejo de Baumgarten.

Y el atardecer no afloja en su propósito; el atardecer sigue con lo suyo. Y mi amigo Alberto Baccay, el famoso blogógrafo, se ha paralizado en medio de la muerte, la muerte argentina. Se ha paralizado en la mitad de su cara, en su párpado izquierdo que no termina de cerrarle, en su habla, el habla del lado izquierdo, donde las p son b.

Y el atardecer clavado en el balcón de mi casa, el atardecer clavado en el cuerpo del país como si fuera un vudú, el atardecer y la gran calma.


Nota: la foto que ilustra esta presentación es del Salar de Atacama, Chile.