Cap. LII

El 28 de diciembre sigue en su lugar, no deja de ser viernes; no sé si mañana los ñoquis del 29 serán mentira o verdad; tampoco sé si le aseguré a Baumgarten que los comeríamos juntos. De suceder ésto, porque en verdad sería todo un suceso en sí mismo, me fascinaría suplantar los obligados billetes debajo de los platos por papeletas de votación de la Alianza, con la que Baumgarten se ha llenado siempre la boca y las decisiones económicas y no tanto en estos dos años de mierda, pero no sé si ese acto sería mentira; tampoco sé si sería verdad, una verdad en serio.

Baumgarten es uno de esos pragmáticos de verdad: hace apenas siete días, estaba discutiendo acaloradamente con mi equipo si los masacrados (porque en sus palabras eran auténticos masacrados) llegaban a treinta o treinta y cuatro, y un par de horas atrás me invitaba a compartir los ñoquis del 29.
Baumgarten es de los que cuando dudan, están perdidos; y no confundamos dudar con meditar.

Mi equipo es de los buenos, como esos perros labradores casi blancos, los buenos. La cuarentona Abril Mallo suele ser el punto de equilibrio entre Héctor “el Ruso” Pascales y yo, el viejo Tit para toda la pendejada. Abril es Calendaria en el universo de la redacción, obviamente por su apellido, menos para Reynaldo “Mostaza Merlo” Sabbora, con serios inconvenientes para pronunciar ciertas palabras, por lo cual para él es Candelaria. “Siempre teniendo que marcar la diferencia, pelotudo”, le dice el Ruso cada vez que Mostaza le da el pie, es decir cada vez que Mostaza opina, ya sea sobre la problemática sanitaria en Corea del Norte o sobre la incandescencia de los agujeros negros. Quizás en estos últimos tiempos sea comprensible el estado emocional enclenque del Ruso: tiene 36 y va a ver por primera vez en su puta vida a Racing campeón. No es cosa menor. Pero a este imprevisto en el concierto mundial del fútbol, debe mezclarse el momento emotivo y profesional como periodista que está pasando. “Es un tira y afloje todo el tiempo, Tit”, me dijo días atrás en un chat mientras estaba en mi viaje peruano. Para un fanático es demasiada presión.
Y Sabbora, ingeniero en sistemas y diseñador gráfico, es la pata informática del equipo, amigo de la infancia del Ruso, amante del golf y el rugby; lo que se dice un winner, tipo de poner el ojo sobre una mujer y arrasar, a pesar de sus problemas con el habla.
Mi equipo es de los buenos. Lástima que en unos días, por uno de esos caprichos que me han costado demasiado caros a veces, no será más mi equipo.










Nota: la imagen que ilustra esta presentación, fue extractada del siguiente site:
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