CAPITULO XXVII

Atardece. Atardece sin remedio. Pareciera que hasta los atardeceres se han vuelto una enfermedad en estos tiempos.
Atardece y veo mails. Muchos mails. Leo algunos, a pesar del ánimo propio de estas situaciones en que la gente no para de morirse. Leo mails y hay uno de Betina, una argentina que se fue a la madre patria el año pasado.
Leo el mail de Betina, Betina Lubochiner. Un mail donde me habla de las cacerolas, las cacerolas como herramienta de cocina, las cacerolas como herramienta de trabajo, un mail con muy pocas palabras, de esas palabras que dicen mucho más de lo que dicen en situaciones donde la muerte no es otra cosa que una figura literaria.
Me escribe desde España Lubochiner, ese planeta donde se habla nuestro mismo idioma, pero tan lejos de nuestro mismo idioma… Que la impotencia de la distancia, que el gobierno de la Alianza, que miro una cacerola y lloro, que la paella a la valenciana o a la asturiana…

Leo el mail de Betina Lubochiner, mientras en el balcón de mi casa atardece sin remedio.