CAPITULO XII


La mañana de diciembre que salía para Lima, el país era un quilombo. No muy distinto de otros momentos del país hecho un quilombo con muertos y más muertos, no muy distinto de otros quilombos tal vez peores del país. Solo que los muertos empeoran todo. Eso han dicho siempre las viejas del barrio, las viejas de Saavedra.
Pero no es cierto. Como no es cierto lo que afirma Mario Galván: “Los muertos siempre terminan por tener buena conducta”. No, los muertos siempre tienen la maldita costumbre de llevar todas las situaciones hacia lo irreversible, y eso no significa tener buena conducta.

Podría, como cualquiera de todos nosotros, ponerme en crítico de la historia del país con muertos y más muertos y hablar de los presidentes que se fugan como ratas y los ministros también como ratas pero en verdad tanto blablabla de ratas para qué del país con muertos y más muertos, para qué de los presidentes y los ministros que se fugan con muertos y más muertos para qué, si después terminan diciendo en todos los medios que uno está gagá, que se le postró el cerebro y los cadáveres de acá y los cadáveres de allá y todas esas pelotudeces.
Un cadáver más o un cadáver menos no amerita más o menos culpabilidad.

Así que la mañana que salía para Lima, el país era un quilombo.
Y también la mañana que salía para Lima mi equipaje era un quilombo, quizás como se vería una vida en medio de una foto fuera de foco, si es que una foto puede retratar una vida fuera de foco, si es que una vida puede compararse con un equipaje.