Cap. LXIV

Un día de mierda. Pero de verdad.















Nota: la imagen que ilustra esta presentación, pertenece a
Marta Pereyra.

Cap. LXV

Y como si todo ésto fuera poco, la justicia. Es decir, que una jueza federal de la Nación acaba de negarle el derecho al aborto a una menor de edad, una nena de 17 años, débil mental, violada, embarazada. La jueza esgrime sus creencias cristianas apostólicas y romanas para impedirle a la menor de edad abortar el producto de una violación, la nena de 17 años, débil mental, violada. La justicia argentina en todo su esplendor, nada menos.

Y no atiendo el teléfono, no abro el messenger, no contesto los mails; no riego las plantas, no le doy de comer a la tortuga Manuelita, y los gordos me observan picoteándose el lomo, haciendo equilibrio en los cables de alta tensión frente a la ventana de mi cocina; no miro televisión, no escucho radio, no contesto los radiomensajes del beeper; no quiero, no puedo, no sé. La justicia argentina, nada menos.








Nota: la imagen que ilustra esta presentación, fue extractada de la siguiente página:
Normas legales

Cap. LXVI

En la editorial del día 21, nos preguntamos en el diario si de verdad De la Rúa se habría dado cuenta del paralelismo de ciertas imágenes propias de su gobierno con otras del pasado. Es decir, la Policía Federal desde sus caballos pegándoles a las Madres de Plaza de Mayo. Hay que tener la cabeza vacía (o llena de mierda, en tal caso), para pegarle a una mujer con un pañuelo blanco en la cabeza. Nos preguntamos, en la editorial, si en verdad no le estaría pegando, la Policía Federal, a un simple pañuelo, un símbolo nada menos; nos preguntamos si esta Policía Federal no sería fetichista, y pusimos en duda –para cerrar la editorial- que alguien supiera, en la Policía Federal, el significado de la palabra fetichista.

En la editorial del día 21, nos preguntamos en el diario -también- si de verdad De la Rúa se habría dado cuenta de algo.







Nota: la imagen que ilustra esta presentación pertenece a
Pablo Livov.

Cap. LXVII

Un día de mierda. Pero de verdad un día de mierda; un día de mierda en el que me pregunto, entre tantísimas cosas que seguramente no tendrán respuesta jamás, si la famosa noción del domingo ejerce influencia definitiva en el alto índice de suicidios que se llevan a cabo en el mundo entero los domingos a partir de las seis de la tarde, y no más allá de las ocho de la noche.
Un día de mierda; uno más en que el país pareciera estar flotando a la deriva; no sé a la deriva de qué o quiénes, pero a la deriva es una hermosa frase para las grandes ocasiones, y creo que ésta es una de ellas; un domingo de verano recién estrenado, con la horrenda sensación de que en cualquier momento nos caemos a pedacitos vaya uno a saber sobre qué o quiénes.

Un día de mierda; domingo, 30 de diciembre. Casi fin de año. Otro año.








Nota: la imagen que ilustra esta presentación, fue extractada de la siguiente página:
Enero 2005 Álvaro

Cap. LXVIII


El país da miedo. Y cuando el país da miedo, cuando el país se nos aparece como el más terrible de los cucos o el mítico hombre de la bolsa, hay que entender que los gobernantes están ejerciendo desde el miedo a través de las instituciones del estado. Esto es, el gobierno impone la muerte como límite desesperado a la desesperación de la protesta. Esto es, le parto la cara a mi hijo con un bate de béisbol porque su conducta desequilibra lo que considero la dulce paz hogareña.

Que yo recuerde, la primera vez del miedo me asaltó en la casa de mis abuelos paternos, en el barrio de Saavedra, al atardecer de un viernes de verano; había corte de luz, supuestamente por el terrible calor, y yo iba por el pasillo principal hacia mi pieza, cuando delante de la puerta de la cocina –una parte de la casa donde todavía entraba el último sol de la tarde- escucho y veo a mi abuela Lola charlando con mi vieja, justo cuando decía detrás de sus gruesas gafas y destripando unas perdices a la luz de las velas, perdices traídas el día anterior por mi viejo de su semana de caza, perdices para el escabeche, que odiaba la oscuridad.
Y ahora, tantísimos años después, pienso que bien podría haber encendido una vela para entrar a mi pieza a buscar el libro de las fábulas de Esopo que quería leer con mi abuelo, don Amadeo, que me esperaba sentado en el umbral de la vereda, uniformado con una de sus eternas musculosas blancas; ahora, sólo quedan las plumitas de las perdices flotando a la luz de las velas, y la espalda ancha de mi abuelo, ya de vuelta de mi pieza y sin las fábulas de Esopo bajo el brazo.


Nota: la imagen que ilustra esta presentación, fue extractada de la siguiente página:
http://rionegrotodo.com/Documentos/Solari.htm

Cap. LXIX

También la madrugada del 29 de abril de 1976, la madrugada en que juré a más no poder que mi hermano Sergio no se había muerto de mononucleosis, tuve mucho miedo. En realidad, sufrí la suma de los miedos: un iluminado como Jorge Rafael Videla erigiéndose como nuevo presidente del país; gente desapareciendo por todas partes, por todas las partes del país; mi amigo Guillermo Camarotta desapareciendo por todas las partes del país; el padre Emilio, el padre que nos daba catequesis en el Instituto La Salette y nos dejaba tirarnos tizas por la cabeza apenas cerraba la puerta y nos explicaba cómo debería funcionar una democracia en serio, el padre Emilio, supuestamente en viaje por Alemania, desapareciendo por todas las partes del país; vecinos de Saavedra, vecinos de la cuadra de enfrente, vecinos de compartir asados, diciendo que el tal Videla era un general democrático; Borges, el gran escritor argentino por antonomasia, almorzando con el tal Videla y con otro de los escritores argentinos por antonomasia, don Ernestito Sábato; el miedo, eso, el miedo.
El miedo mientras a Sergio se lo llevaban delante mío en un cajón blanco de no más de un metro de largo, y yo juraba a más no poder que mi hermano Sergio, con apenas tres años, no podía morirse de mononucleosis.




Nota: la imagen que ilustra esta presentación, fue extractada de la siguiente página:
SEPRIN

Cap. LXX

Sin lugar a dudas, los domingos son días de mierda; más allá de los miles de muertos, más allá de los nuevos ciento mil cuarenta de vivos –como decía Felipe a sus 4 años-, a mí los domingos me espantan. Me espantan los padres con sus hijos matando el tiempo en las plazas; me espantan las siestas en la casa de quien sea, después de la pasta que sea; me espanta el olor a no sé qué mierda hacer los domingos que porta la gente deambulando, domingueando por las calles, las plazas, los bares; me espanta.

Ciento mil cuarenta, decía Felipe a sus 5 años; ciento mil cuarenta es color lalanta, decía.









Nota: la imagen que ilustra esta presentación, fue extractada del diario La Nación, Bs. As., Rep. Argentina:
LANACION.com