CAPITULO VIII

Había llegado a la terminal muy temprano, casi dos horas antes de la salida. Fue directo al bar; se ubicó en una mesa pegada al ventanal desde donde podía observar toda la explanada de plataformas para el estacionamiento de los micros.
Su micro sería blanco, verde y amarillo. El día anterior al viaje, estuvo estudiando las fotitos del folleto de publicidad de la empresa durante horas, sin beber, sin fumar, cosa rara en él. En verdad, debería ser blanco, verde claro, verde oscuro y amarillo. Al revés: amarillo y oscuro verde, claro verde, blanco debería ser, como si las palabras pudieran llegar a formar parte de la coloratura del micro, aunque sabía de memoria que coloratura no hacía referencia a los colores sino a la música, como bien se aclaraba en una vieja versión del diccionario de la RAE que descansaba en su biblioteca. Eso, debería.
Después de todo, y más allá del orden de los colores del micro, significaba mucho poder empezar a jugar con las palabras. La obsesión es cosa seria, se repetía siempre en el espejo del bañito mientras se afeitaba cada mañana a las cinco y media en punto.
La base parecía ser de color blanco, pero blanco común, no blanco tiza ni blanco antiguo ni blanco ala ni nada de blancos raros. Blanco común. Eso. El verde, entre tonos claros y oscuros, ocupaba más que el amarillo, aparentemente. Y había un detalle, más que importante: las letras del nombre de la empresa, también verdes, ostentaban otra tonalidad que los claros y oscuros del resto del micro. Es decir, por el lado de los verdes la cosa estaba complicada.
Escribir, o mejor, describir personas, cosas o hechos en papel, fue una sugerencia que le deslizó su analista, como para ir pudiendo trabajar el síntoma por otros lados. Entonces, repetitivo y cabeza dura como todo buen obseso, verde limón, verde militar y verde. Pero no podía aceptarse un verde, verde solo, un verde a secas, habiendo ya clasificado dos tonalidades del mismo color; por lo tanto, verde limón, verde militar y verde inglés, este último tono de verde para el nombre de las letras de la empresa.
El cuarto café doble lo consumió en la duda de si el tono de las letras en los laterales de la carrocería del micro sería verde inglés o sería verde irlandés.
La pregunta al mozo, tiempo después y en un intento no tan desesperado todavía por desentrañar la tonalidad del asunto, que como bien se aclaraba en una vieja versión del diccionario de la RAE que descansaba en su biblioteca, no hacía referencia a los colores sino a la música, desmoronó en menos de un segundo toda la arquitectura construida en casi una hora de café doble y observación ininterrumpidas.
“Mejor se fija cuando llegue el micro”, dijo el mozo como toda respuesta.
Nada más cierto. Las fotos del folleto publicitario podrían no reflejar con absoluta precisión los verdaderos colores del micro. Las impresiones suelen alterar la coloratura.
Blanco, verde y amarillo. Pidió el séptimo y último café doble; guardó todas las anotaciones en el maletín, aún las que estaban separadas para tirar. Abrió el diario del día; que habrían intentado asesinar al presidente de los Estados Unidos en un oscuro país africano, leyó.

Es un escrito que me regaló hace mucho tiempo un tal Guillermo Camarotta; quizás no sea una pavada decir hace muchos países atrás. Y lo recordé ahora, sentado en este aeropuerto; sentado en tanto espero volver al país que me vio nacer, recuerdo ese escrito y pego su word en mi blog. Ahijuna carajo, que la pampa e’ nostra.

CAPITULO IX

Secretaría de Derechos Humanos

Ministerio de Justicia y Derechos Humanos

Archivo Nacional de la Memoria
Archivo CoNaDeP / SDH

FICHAGENERALFICHAGENERALFICHAGENERALFICHAGENERALTranscripcióndeinformaciónobranteenlegajoTranscripcióndeinformaciónobranteenlegjoTranscripcióndeinformaciónobranteenlegajoTranscripcióndeinformaciónobranteenlegajo
DESAPARICION FORZADA
CONADEP
1307
(0) GUILLERMO NESTOR CAMAROTTA PIROLI
Sexo M
Edad 20
Domicilio
Est civil
hijos
Documento
Id
DNI 12154415
Cédula
Id
PFA
Nacimiento
16/01/1956
/ CAPITAL FEDERAL
DONADO 4214 Dpto A
Saavedra
CAPITAL FEDERAL
SOLTERO/A
7494418
Nacionalidad
ARGENTINA
Pareja
Foto
Estudiante
/ Carrera /
Establecimiento
Profesión
/ Empresa ó
depcia /
Act
gremial
Militancia
/ Partido_Organización
Militancia
/ Otros
ESTUDIANTE
2º AÑO MEDICINA
EMPLEADO
/ ZAPIOLA Y CONDE
CFE

Hechos grupales 07/04/1976 Detenciónsecuestro
/ Desaparición SU DOMICILIO / 23 hs DONADO 4214 Dpto A Saavedra 1 / CF / III
Provincia
/ Zonificación CAPITAL FEDERAL
Descripción POLICIA (SIN ESPECIFICAR) CIVILES ARMADOS (12) / AUTOMOVILES PARTICULARES (3) Visto detenido en CCD_Fechas aprox / CCD / Testimonios_

Tipificación:/Fallecimiento/AsesinatoFallecimiento/AsesinatoFallecimiento/AsesinatoFallecimiento/AsesinatoPartidadedefunción
Atribuído a / /
Intervención
judicial
Instrucción
policial
Inhumado
en
Fallecimiento
/ Asesinato_Detalle

CASOS CONEXOS
CUETO, JORGE ANSELMO AMIGO/COMPAÑERO / C 6609
DESAPARICION FORZADA 07/04/1976 Saavedra CAPITAL FEDERAL
TULA, SERGIO FERNANDO AMIGO/COMPAÑERO / C 3008
DESAPARICION FORZADA 08/04/1976 Saavedra CAPITAL FEDERAL

Observaciones generales sobre el caso

14-Feb-06 1 / 1

Archivo Nacional de la Memoria -Archivo CoNaDeP / SDH jhc
Nota: la foto que ilustra este capítulo pertenece a Sebastiao Salgado, de la serie "Ecuador/1979".

CAPITULO X

Guillermo Camarotta tenía un apellido materno; lo recuerdo perfectamente. Un apellido materno tenía como cualquiera de todos nosotros, nosotros los de Saavedra y nosotros los de cualquier barrio de la ciudad, del país; como nosotros, todos nosotros, los Pinedo, los Wignall, los Barbero, los Protits, los Títtulli. Un apellido materno italiano. Y Camarotta era el paterno, claro.
Al Guille Camarotta algunos, en el barrio, le decíamos que estaba pirado, en obvia referencia a su apellido materno. El Guille jugaba de 10, y realmente era bueno con la pelota. La camiseta de Nueva Chicago, esa camiseta histórica de rayas verticales negras y verdes que habíamos adoptado en el barrio, le quedaba bien con el 10 blanco cosido en la espalda por las manos de su madre.
De la madre del Guille Camarotta no puedo decir nada; la conocí muy poco; ni siquiera el nombre recuerdo, pese a que una tarde entera estuvimos todos en su casa, para los 16 del Guille, comiendo torta y sanguchitos y tomando cervezas a escondidas, mientras ella sacaba fotos de nuestra voracidad. Señora Rosa, doña Vilma, no sé. Ya ni siquiera el color de su pelo.
Sin embargo, observo a una mujer sentada unas butacas delante mío; la observo desde atrás, y el color de su pelo es rojizo, de esas tonalidades provenientes de los sobrecitos que se compran en las perfumerías o los supermercados.

El Guille era un tipo inteligente, el intelectual de los veintipico que intentábamos el fútbol en ese rincón de Saavedra, el barrio del polaco Goyeneche, el tipo que estaba dejando apresuradamente la adolescencia a través de la palabra, y el único de los veintipico que hablaba de política en esos años siniestros, los tiempos de la verdadera muerte.
El Guille vivía frente a los Ricci, sobre la calle Donado, a la derecha viniendo desde la General Paz; una casa fea de frente, una casa vieja, con los olores típicos de las casas feas y viejas. La casa tenía una terraza que daba a Donado, algo así como un segundo piso. Pero podría ser que fuese un depto al frente y no una casa de dos pisos. Eso no lo recuerdo bien.

Piroli, ese era su apellido materno, Piroli.

Y el avión que sigue demorándose.


CAPITULO XI
























Continuará

CAPITULO XII


La mañana de diciembre que salía para Lima, el país era un quilombo. No muy distinto de otros momentos del país hecho un quilombo con muertos y más muertos, no muy distinto de otros quilombos tal vez peores del país. Solo que los muertos empeoran todo. Eso han dicho siempre las viejas del barrio, las viejas de Saavedra.
Pero no es cierto. Como no es cierto lo que afirma Mario Galván: “Los muertos siempre terminan por tener buena conducta”. No, los muertos siempre tienen la maldita costumbre de llevar todas las situaciones hacia lo irreversible, y eso no significa tener buena conducta.

Podría, como cualquiera de todos nosotros, ponerme en crítico de la historia del país con muertos y más muertos y hablar de los presidentes que se fugan como ratas y los ministros también como ratas pero en verdad tanto blablabla de ratas para qué del país con muertos y más muertos, para qué de los presidentes y los ministros que se fugan con muertos y más muertos para qué, si después terminan diciendo en todos los medios que uno está gagá, que se le postró el cerebro y los cadáveres de acá y los cadáveres de allá y todas esas pelotudeces.
Un cadáver más o un cadáver menos no amerita más o menos culpabilidad.

Así que la mañana que salía para Lima, el país era un quilombo.
Y también la mañana que salía para Lima mi equipaje era un quilombo, quizás como se vería una vida en medio de una foto fuera de foco, si es que una foto puede retratar una vida fuera de foco, si es que una vida puede compararse con un equipaje.

CAPITULO XIII

Reconozco (1º parte): Ezeiza está extraña. Sí, extraña; adjetivo femenino, por las dudas.
Reconozco (2º parte): Femenino porque es una terminal aeroportuaria. Debería estar escribiendo sobre el país, una vez más con presidente volando por los aires, no acerca de los humores que percibo en
Ezeiza. Además, habrán notado que el nombre termina en a.
Reconozco (3º parte): el aeropuerto de Ezeiza, sí, bien masculino. Ezeiza está extraño. En definitiva, estamos en tema, el tema aéreo: un ex presidente que escapa en helicóptero; una terminal aeroportuaria que exuda un clima enrarecido.
Reconozco (4º parte): No sé qué carajo esperaba de Ezeiza. Y ahora que lo pienso, parado en medio de la mismísima Ezeiza como un marciano recién bajado del platillo volador, no sé si esparaba algo en particular de Ezeiza.
Reconozco (5º parte): es muy posible que el extraño sea yo, no Ezeiza, no la gente que deambula por Ezeiza, gente que debería escuchar –como yo- esos sonidos que seguramente intentan convencernos de que son música y salen de no se sabe dónde.
Reconozco (6º parte): Confirmado: el que desfasa con la realidad soy yo; acabo de confirmarlo durante una pequeña charla con uno de los changarines del aeropuerto.
Reconozco (7º parte): Confirmado (2º parte): Un afano (1º parte, o el que desfasa con la realidad soy yo): pido una lata de cerveza, una bien fría, de las chicas; es decir, pido una lata chica de cerveza bien fría, de las de 330ml, las de 4 dólares.
Reconozco (8º parte): Confirmado (3º parte): Un afano (2º parte, o el que sigue desfasando con la realidad soy yo): que cuesta 4 dólares. La cerveza de 330ml digo.
No reconozco nada (1º parte): me dijiste 4 dólares.
No reconocen nada (1º parte o están todos a punto de descerebrar): sí, pero no le puedo dar cambio en dólares.
¿Hay algo que reconocer (1º parte)?: ¿Aceptás dólares pero me das el vuelto en pesos?
No reconozco nada (2º parte): el dueño de esa concesión alimentaria tampoco es culpable de nada, al menos en lo referido a la marcación de precios en su concesión. Pero son 4 dólares la lata de cerveza bien fría de 330ml.
Siguen sin reconocer nada (o 2º parte del “No reconocen nada (1º parte o están todos a punto de descerebrar”, pero aumentado y corregido): sí, pero no le puedo dar cambio en dólares, ni liras, ni pesetas, ni francos canadienses. Solo pesos.
¿Hay algo que reconocer (2º parte)?: reconozco que De la Rúa acaba de volarse como un pájaro libre, sin saber seguramente que una lata de cerveza de 330ml bien fría en Ezeiza es vendida a 4 dólares. Y aunque lo supiera, debería estar preocupado por todos los muertos con que carga su desadministración, no por el precio de una podrida lata de cerveza. Sólo eso por ahora reconozco.
¿Hay algo que reconocer (3º parte, y final)?: ¿quien quiera escribir que escriba, y si querés llorar llorá, y si la sal no sala?

CAPITULO XIV

Siempre es bueno volver a casa, con la salvedad de que a veces no.
Llego con el handy, el celular y el beeper apagados, y veinticuatro horas sin siquiera abrir la laptop. Vuelvo a casa y no hay nadie en casa, nadie para un abrazo; ni Manuelita, la tortuga.
Y voy a hablar de los gordos. No de los gordos del país conocidos desde hace mucho tiempo por sus prácticas gremiales oprobiosas. De los gordos, los gordos de mi balcón, los gorriones que vienen a buscar sus panes a mi balcón todos los días. Los gordos.
Durante los meses calurosos, cada mañana los gordos se paran en los cables eléctricos frente a mi balcón, y apenas despunta el sol empiezan a piar fuerte por los panes. Reclaman por sus panes, los gordos. Y yo les doy, les doy sus panes diariamente. Y los gordos están contentos y se quedan revoloteando entre las plantas del balcón (claro, los más valientes), mientras les tiro sus panes.
Yo, desde la ventana de la cocina (que da al balcón), mientras voy despedazando los panes, suelo tirarles algunos pedacitos a la calle; me fascina ver cómo se avalanzan uno más rápido que otro para llevarse el pedacito de pan que acabo de tirarles.
Pero hace un rato, sin percatarme de que había abierto el semáforo de la esquina, tiré dos pedazos de pan al mismo tiempo. Y los gordos fueron, como van siempre; se abalanzaron como de costumbre sobre los dos pedazos de pan que yo les había tirado sin percatarme de que había abierto el semáforo de la esquina. Eso fue hace un rato, apenas un rato nomás. Y siento que jamás podré explicar la velocidad del patrullero, jamás podré explicar si eran cuatro o cinco los gordos apurados por llevarse uno de los pedazos de pan.
Después el chico que para con su bicicleta y levanta al gordo en una de sus manos y lo observa; yo lo veo desde la ventana de la cocina que da a mi balcón, la ventana desde donde les tiro panes, sus panes a los gordos; el chico mira hacia distintos lados, no sé para qué; yo levanto un brazo, tampoco sé para qué, y el chico sube a su bicicleta y se va con el gordo en la palma de su mano.
Eso es todo. Todo lo que hoy quería hablar sobre los gordos. Para eso encendí mi PC.