Capítulo LXXI
Cierta vez le dije a mi analista que no debería haber nacido; que no debería haber nacido yo, claro, no ella. Con mi analista tengo serias divergencias, pero no tantas ni tan graves como para desearle no haber nacido; en cambio las divergencias que mantengo desde hace años conmigo mismo, sí ameritan desearme no haber nacido. Entonces, hubo una vez que le dije a mi analista que no debería haber nacido. Yo. Le dije, a mi analista, en una sesión extremadamente turbia, sesión en la cual afuera caían piedras de hielo grandes como puños enojados y no podría pagarle una sesión más y San Lorenzo –para colmo- el domingo había goleado a Chacarita y mi analista, además de ser una profesional de la salud mental es una fana enfermiza de San Lorenzo, decía, que le dije a mi analista que hubiera sido preferible que la doctora Torino, que asistió a mi vieja en la cesárea –porque yo nací gracias a una cesárea de urgencia que le practicó la doctora Torino a mi vieja en el hospital Anchorena- ni me mandara a la incubadora en terapia intensiva; total, con la cabeza hecha una medialuna como la saqué después de haberme encajado y emperrado en no recuerdo qué hueso de mi vieja, y con los forceps metálicos con los que intentaron previamente a la cesárea, la incubadora, los tres días de incubadora en terapia intensiva, estaban de más.
¿Para qué nacer con la cabeza arruinada? ¿Para escribir qué?
Nota: la imagen que ilustra esta presentación, fue extractada de la siguiente página: http://www.menorca.info/20040927/insular/imagenes/6insular.jpg
¿Para qué nacer con la cabeza arruinada? ¿Para escribir qué?
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